INSIDE LLEWYN DAVIS
Sátira y humanismo, dos
corrientes igual de válidas ya que la vida se presta a ambas cosas.
Se puede captar el pateticismo de la raza o su virtud, se puede
elegir dosificar los tonos o regalarse al más innato de los
extremismos, son aspectos de los que formamos parte al fin y al cabo,
nuestra carta de presentación. Pero atrapar el sentimiento de la
derrota, transfigurarlo con humor y liarse a guantazos
con la fachada de cada espectador (por fuera presente y por dentro
representado) es privilegio de los grandes, de los que recuerdan que
nacemos con la palma en el culo y a grito limpio. Que si la propia
existencia es un tumor no nos falte motivo por el que brindarle una
carcajada tras otra por tropiezo o torpeza, que lo haga aquel que
tenga el valor necesario.
"Inside Llewyn Davis"
es bastante sencilla como para resumirla y lo suficientemente
complicada como para sobar su mismo resumen como único precedente...
mira, casi como la vida. Subrayando la amargura de
un hombre derrotado por las circunstancias, con el folk como excusa y
los 60 de telón. No es solamente la radiografía más precisa de
aquella generación perdida que sentó las bases sobre las que más
tarde artistas como Dylan encontrarían un medio con el que llenar su
plato. Acostumbrados a que leamos entre líneas bajo la farsa de
"contamos una historia y procuramos que la apuesta sea fuerte",
vuelven a regalarnos otro retrato de la cara B que no distingue entre
el triunfo o el fracaso, al contrario de lo que pueda sugerir su
guión. Un recorrido al infierno del anonimato, a la duda sobre si
tiene sentido o no lo tiene, o si eres un egoísta convive lo mejor
que te sea posible con aquello que te hace destacar en la mierda,
aunque sea un poco en la inmensidad.
No hay significado para el
caos si este este se define a si mismo limitándose a funcionar, y
esto ya nos lo dijeron en 2009.
"Inside Llewyn Davis" es la película más descorazonadora
de su filmografía, la menos paranoica, la menos exigente, la más
sentimental como idea... y en su lenguaje esto consta de dos
razonamientos básicos, pillarlo o rendirse. Para los afortunados que
hemos tenido el placer de sentir su emoción entre la turbia marea
desde 1984 esto vale millones. Oscar Isaac incluído, en un papel
sólido y auténtico, reflejo del hastío y la frustación de miles
engullida entre la barba y la melena descolocada de un tipo
milagrosamente cansado de luchar. "Si no es nueva y nunca
envejece, es una canción folk", y en esas estamos, desde el
mismísimo cartel, a drede y de buena gana, un clásico moderno en el
siglo de los Smartphones, de los que te pellizcan y miras alelado el
favor tan grande que un par de judíos le hicieron a los bobos del
mundo, mostrando el aprecio que nos tienen en hora y media de
desdicha y atropellos conducidos por el hilo de una creencia, con la
música por bandera y un gato travieso en su regazo.
NOTA: 8/10