sábado, 5 de mayo de 2018

NUNCA SEREMOS DIOSES

                  VENGADORES: INFINITY WAR

                   


Existen varias clases de guerras, al igual que existen varias causas, ideales, intereses y bandos que cambian (o no) paralelamente al desarrollo de las mismas. A esto lo llamaremos "objetividad", la idea de que algo "sea" en base al modo en que se suceda. Existe también la falsa creencia de que las guerras concluyen cuando ya no queda nadie que las declare, la versión oficial dicta que esto "sea así", de lo contrario nadie dejaría de encontrar un motivo por el que no abandonar la pelea. Sucede que nunca es así, que lo que concierne a un acontecimiento tal como es la guerra implica una serie de pérdidas, de experiencias y de conflictos (ajenos a aquellos por los que se lucha) que acaban desembocando en otra especie de duelo al que no podemos juzgar de la misma manera, un dolor propio, personal, libre a diversas interpretaciones pero lejos de pertenecernos más que a la persona que lo sufre por su cuenta, más lejos todavía de señalarlo como "incierto" según se logre encontrar una explicación en su nombre. A esto lo llamaremos "subjetividad". Dicho lo cual, la guerra entre ambos conceptos nunca termina, es infinita. En lo que respecta al séptimo arte siempre habrá quien consiga hacer valer su opinión sobre la de los demás apelando a un criterio sustentado en un tipo de formación concreta sobre el medio cinematográfico, es decir, recurriendo a lo que le han enseñado en una escuela de cine. Igual que siempre habrá quien consiga hacer valer su opinión sobre la de los demás apelando a un criterio sustentado en un cúmulo de sentimientos irrefrenables que lo llevan a estimar una obra a través de lo que la obra despierta en él mediante "lo que cuenta" (no el modo de contarlo), es decir, recurriendo a lo que le sale del fondo del corazón.

El hecho (objetivamente hablando) es que esto pasa, hablar de Infinity War es hablar de esa misma guerra. Y puede no ser nueva pero es la que nos ocupa, el origen que aviva el enfrentamiento entre una perspectiva y otra. Define una era por su capacidad de evocar la necesidad inherente de ponerlo en tela de juicio o defenderlo como nos sea posible. Podríamos circunscribirlo a la popularidad cosechada por Marvel a lo largo de los años, simplemente un reclamo pasajero acorde al tradicional desprecio por Hollywood en según qué sectores o al fanatismo desbordado de millones de "freaks" por el éxito de sus franquicias. La realidad es que no escribo lo que escribo para abanderar a ninguno de los dos frentes, solamente puedo ofrecer mi versión de la historia, tal vez no sea suficiente pero tal vez baste que para que cada cual considere la opción de no hacer suyas las batallas que libran los demás. Yo creo sinceramente que la película de Joe y Anthony Russo va más allá de lo que cualquiera esperaría de ella en términos de desafío, clímax o referencias. Podría ser práctico, decir que "mola" o pretender que en lo que veo no hay valor por la sola razón de que sus personajes vuelan, corren más de lo debido o no obedecen las leyes de la física. Los hermanos han jugado con la posibilidad de que estas criaturas aspiren a más que a mostrar sus aptitudes, que por más que sean las que lleven el relato no sean ellas lo único que las defina. 

Esto es Occidente, el fondo realza a las figuras y no a la inversa, el que tenga un problema con esto está fuera de lugar. Los Russo han canalizado cada pequeña parte de este enorme universo en una sinfonía épica que encuentra el equilibrio perfecto entre su estructuración como space-opera incuestionable y sus implicados tras una década que nunca fue un preámbulo estricto de lo que acaba de ocurrir, y sin embargo, consiguiendo que el tiempo transcurrido contribuya como valor añadido al resultado sin depender de él más de lo que exige la lógica elemental, esto es, respetando cada suceso previo y aprovechando a su favor el apego hacia sus personajes a la hora de sucumbir a la catarsis que los encumbre a un tipo de rango que trasciende la etiqueta de los superhéroes, reafirmándolos en el imaginario colectivo y en la cultura en torno a sus símbolos. Ya no "tan válidos" como un Marty McFly, un Darth Vader o un Gandalf el Gris si no al mismo nivel de relevancia generacional. Gracias a una dirección que confía plenamente en la visión de conjunto al margen de la visión individual, que concentra cada esfuerzo en la ocasión de marcar la diferencia dentro del plan para el que ha sido diseñada, traducido a grandes rasgos en la inclusión del que ya es, con todo lujo de detalles, uno de los villanos mejor escritos y con mayor repercusión que se hayan visto en la historia del género.

La fórmula de costumbre a pleno rendimiento, sin renunciar (ni planteárselo) al sentido del humor que caracteriza a sus producciones pero procurando no abarcar más de lo que pueden permitirse y siempre encontrando la forma de que siga funcionando como el primer día. Si la risa alarga la vida nos están haciendo inmortales, si es o no un mito me es completamente indiferente. Tony Stark dijo una vez que "nosotros creamos nuestros demonios" (y lo dijo porque un tío famoso citó a alguien que lo dijo primero), los míos son esta pandilla de bichos raros, nada relacionado con proyecciones de mi propio ego (¿quién no se ha acostado con el suyo alguna vez?) o una insuficiencia brutal para conformarme con las desgracias del mundo real. Las desgracias de este magnífico mundo inventado son edificantes porque cuando se resuelven no tratan de que finalicen porque sea justo, si no de la esperanza en que siempre hay modo de ponerles fin. Y cuando no es así, serán sus cenizas las que nos recuerden que no hay amenaza lo bastante grande y lo bastante terrible que extinga la llama de quienes dieron sus vidas para conseguirlo. Así las cosas: maldito sentimentalismo, maldita condición humana.

10/10