Pretender encontrar las palabras exactas, aquellas que hagan justicia a Vis a vis tras tanto camino trazado para descubrir que apenas hemos transitado una distancia mínima de todo lo que le deparaba el futuro, es pretender no venirse abajo, no intentar hacer entender a nadie lo que nos hemos perdido, ni tan siquiera echarle la culpa al porcentaje de audiencia ausente que a las malas (en el "peor" de los casos las cifras fueron brillantes) han provocado sin conocimiento de causa el final de un tipo de ficción que, a través de su apego por el peligro y su bendito empeño por desperezar los códigos de nuestra televisión, dió a luz una especie de armonía infrecuente entre espectadores y responsables, entre testigos y artistas, entre crédulos y genios. Una especie de relación íntima, tal vez pequeña, basada en la respuesta exacta en el momento preciso, con todo lujo de detalles, de esos que flanquean la barrera y nos acercan con total confianza a ese terreno inusitado en el que nacen las ideas. Cualquiera que yo pueda contaros al respecto es agua pasada, tanto como lo será la propia serie llegado el momento. Pero "solo muere lo que cae en olvido", la vida puede no ser justa, valga la ironía, para una historia que nunca prestó atención a lo contrario. Por suerte algunos recordarán esa historia y harán justicia a su recuerdo ya que jugamos con las mismas reglas a pesar de cualquier contratiempo, porque a veces la vida no tiende puentes en la dirección correcta, porque a veces la vida no trata de otra cosa.
Podría escudriñar entre el centenar de referencias (involuntarias o no) que han dado lugar en esta segunda temporada, desde un par de carcajadas por Meyer y sus féminas sin frenos, desde la violencia de Peckinpah, desde un avistamiento prudente al thriller crepuscular surcoreano contemporáneo hasta el mismísimo underground árido y "kinki" de sabor nacional importado de los 90, pero su mérito real es el de no haber necesitado ir más allá de lo que ya era desde que supimos de su existencia: un descarado elogio a la sorpresa. Y al amor, en un sano equilibrio entre la exaltación adolescente, el compromiso, lo imaginado, lo perdido y, en ocasiones, lo perverso. "Sin mal no hay diversión" como premisa preferente, a raíz del mal en un tablero de lealtades encontradas y lealtades por desfallecer que nos han arrebatado del tedio popular sin trampas, con evidente intención y mejores resultados, los de reformular el proceso narrativo a base de humor y menos dramas de los que cualquiera pueda pedir a lengua tendida. Manteniendo el paralelismo recurrente del formato documental que pasa por alto las rejas y nos habla a pecho descubierto de sus mujeres, las que van y vienen, las que temen y ya no esperan nada, las que a pesar de no encontrar espacio en el que entregarse tal como merecen encuentran la oportunidad, aquí y ahora, de ofrecernos eso y mucho más. Puede que más de lo que la mayoría está preparada para asumir.
Modélica en concepción y modélica en retirada, así ha sido la criatura, cautiva en su suerte de poesía caústica, casi nihilista. Mediante el trabajo de fotografía de un tal ganador del Goya Miguel Ángel Amoedo con la que descubrimos que... "¡oh! ¡la perfección existe!", capturando retazos de vida puestos ahí por casualidad, humanos o no, que una vez introducidos destilan el sentido de lo que su escenario y su selecto reparto querían decir antes de concedérsenos el privilegio de tenerlos frente a frente. Y si de algo puede presumir Vis a vis... que es tal como quería llegar hace un año a este apartado: sus actores, sus actrices. Oscars huérfanos y anónimos, la etiqueta es lo de menos cuando uno siente la necesidad de darles las gracias a todos por su labor, y en la fea práctica de destacar por defecto cederé a la costumbre. Por encima de excelentes incorporaciones de última hora y de algunos que poco a poco han hallado esta vez una evolución exclusiva y enriquecida por escritores de primera línea, favorecidos Harlys Becerra como su despótico Valbuena y Jesús Castejón como dueño y rey del elenco masculino, a un palmo de no saber si hemos conocido al inspector más competente de toda españa, talento. Y por supuesto, Najwa Nimri. Lo que no concretaba al escribir "un sitio a golpe de fusta en el imaginario colectivo" era que ella es capaz de trascender a la intimidación. Así, en un recorrido convaleciente y herido de gravedad disgrega la conducta de Zulema a un nivel de ambigüedad pocas veces visto, apelando a la piedad de sus fieles, mudando la piel y finalmente, burlando la diferencia entre mito y correspondencia empuñando el guante en sus orígenes, en un guiño literal a lo que esperábamos tras el cierre del telón: una sonrisa, una despedida, un personaje simplemente inolvidable.
Lejos de ser un "hasta luego" la clausura parece definitiva, de modo que a excepción de manifestaciones aisladas, un nuevo gobierno o un nuevo país en el que el riesgo no suponga impedimento a la hora de estimar el valor del arte, esto se torna en adiós. Desde este humilde, casi inexistente blog de tres al cuarto, esperamos con los dedos cruzados que ese nuevo día llegue más pronto que tarde, que el legado de Vis a vis nunca cayó en saco roto. La marea no es más que la brevedad de un vistazo al gozo de los que formaron parte, y si el amarillo simbolizó la muerte en otra ocasión hoy por hoy solamente es un número, una legión, una verdad como un templo.