PURO VICIO
Adentrarse en el cine de
Paul Thomas Anderson siempre ha requerido un riesgo intelectual, como todo autor que se
precie su universo no va regido en torno a la lógica de lo que
representa. No juzga como juzguéis,
no veáis tal cual lo miréis. Sus películas han aunado el trauma estadounidense desde
diversos espejos, han desvirtuado los conceptos de fraternidad y
progreso en favor de un pasado que siempre arrastraba el mal o el
perdón consigo. Variaban las décadas, la
intersección que procuraba un análisis claro y conciso se hacía
cada vez más densa y rebuscada,
realmente llegabas a poner en duda tu estado mental, menos los
escépticos, ellos siempre lo han
tenido fácil para sentirse ofendidos. La confrontación como punto
de partida genera debate, pero Paul
realmente nunca ha sido un tipo conflictivo, es más, podría decirse
que siente un sano desprecio por el orden. Dos años después de
lanzar al mundo la que es su obra maestra regresa a la senda cómica
de su primer ciclo bajo el aspecto adquirido por su segundo, lo que
da lugar al desconcierto total, nunca es tarde para romper las
normas.
Puro vicio se siente en
todo momento como aquellas míticas tardes de verano que ponen fin a
la estación tras un largo
tránsito en la desidia más absoluta, esos últimos coletazos al
aire libre que presagian las desilusiones más significativas del
año. Doc Sportello lo está viendo venir, pero piensa "¿qué
demonios? ¿acaso no me pagan por esto?". 1970 o el fin de lo
que fuera, que fue un caos absoluto. Y a Paul no le pesa haber estado
antes por aquí, la constitución que vertebra el relato es tan
disoluta como le conviene, siente cada encuentro como una punzada en
la piel ya que cada uno resuelve una incógnita, lo que supone un
paso del final por cada respuesta. Para alguien que realmente no es
conflictivo, para alguien que realmente AMA una época, el final no
es más que la muerte y entristece. Va a fuego lento desde luego...
¿se asemeja a los 40? ¡vaya que si! el mismo número de veces que
han sacado la equivalencia con Hawks, no es lo que importa. Lo que
importa es que renuncia al parentesco, no al del noir si no al de
cualquiera, impera sobre la práctica y la subversión un claro cese
de impulso que invita a compartir su permanente estado de fascinación
y perplejidad. Vive de la textura conferida por un maestro que a
fuerza de aprender ya no puede aspirar a más, dicho de otra forma,
acentuando un vicio que atesora lo más divino, la vida misma en
movimiento.
Un ocaso impreso en la
regla del juego, otro más. Desde los ojos de la narradora una nación
encriptada, una multitud de posibilidades guiando la investigación
de un suculento detective que embrutecería al mismísimo Hunter S.
Thompson de la sola euforia de verlo desenvolverse con tanto estilo.
Y lo abarca por tamaño y dimensiones, con Vietnam allá, con la
droga aquí y la ilusión de imaginar que queda misterio en este
cochino sistema. Con el recuerdo a cuestas al término de hace cuatro
soles, desesperando bajo la lluvia sin tomar nota del tiempo y todo
lo que se perdía entre tanto cariño. Y si, la invade la nostalgia
pero no la acostrumbrada, aquí no garantizan que vayan a volver...
¿acaso es una opción?. Y con el lio el odio al comunismo, el rencor
racial, el fanatismo, la cólera, las malditas y puñeteras utopías
Doc va perdiendo el norte, piensa que no hay sueldo que pague tanta
sórdida y desconsiderada estupidez humana, ni mucho menos cuando a
la contra se acaba por considerar una enfermedad. Esclareciendo la
línea del rango a la persona sin excepciones, en lo que nos ocupa
atendería a cuestiones más sencillas como el ansia y por supuesto,
una consentida y privilegiada curiosidad por todo lo que subyace
dentro y fuera de lo relatado. La magia de la creación, la intriga
de la palabra... ¿o era al revés?.
Pero Paul, que además de
no ser conflictivo tampoco es pesimista se las apaña para rescatarse
de la locura, que según el grado de humor igualmente está en la
obligación de pisar el freno. Porque Doc ha visto cosas que nosotros
no hemos visto nunca, lo que traducido en meses da para toneladas de
risas. Incluso tras un desplome cultural poco vigente en la historia,
la de unos ángeles que retumbaban al ritmo de la fiebre
inmobiliaria, arrastrando con ella lo resultante de otros días que
sacaron el máximo partido sin dar mucha cuenta del terreno. Escondiéndose del salario consecuente a las rutinas ajenas,
descalzos a orillas del mar.
NOTA: 9/10